Tan tierno que tengo los huevos de peluche

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cenizas

El cigarrillo se iba consumiendo lentamente sin que los labios lo tocasen. Reposaba en el cenicero dejando pasar los interminables segundos de una tarde calurosa de sábado.
Un esqueleto de cenizas que se encuentran temerosas de que la más mínima brisa hiciera polvo su ser y desperdigase por todo el patio lo que antes había sido objeto de deseo.
El cigarrillo se impacienta, más de la mitad de su cuerpo se ha consumido y no lo han vuelto a tocar. Su corta existencia va camino a su fin y no ha logrado su cometido. No ha podido envenenar los pulmones de ese hombre un poco más.
El cigarrillo decide que es momento de actuar. Aprovecha la brisa arremolinada del patio para saltar del cenicero hacia el pantalón de ese hombre dormido. El cigarrillo ríe. Sabe que el hombre está demasiado dormido y que se dará cuenta cuando sea tarde para actuar. El cigarrillo se siente realizado. Logró trasladar su destino a ese cuerpo. Ahora el hombre se irá consumiendo lentamente sin que nadie lo toque.
El hombre reposaba en un sillón dejando pasar las interminables horas de una noche plagada de mosquitos. Pero al hombre no le importa ver como su cuerpo se va convirtiendo en cenizas. Al contrario pareciera que mira con cierto agrado la idea de desaparecer y convertirse en polvo. Ya sólo queda un esqueleto de cenizas de lo que en otro tiempo fue un hombre.
El viento empieza a arremeter contra las cenizas que se separan y empiezan a tomar vuelo. Millones de partículas de lo había sido un ser vivo viajan a tan sólo unos metros del suelo buscando un lugar donde aterrizar.
Algunas deciden emprender viaje hasta la casa de la familia del hombre. Reposarse sobre sus padres para ser nuevamente parte de ellos. Rozar sus mejillas intentando darles un beso como saludo. Otras atacan los ojos de su hermano intentando ejercer en él un rechazo hacia el cigarrillo en forma indirecta.
Otras aprovechan que es sábado y enfilan por Gaona en búsqueda de antiguos compañeros de juerga. Se apoyan en sus brazos y se ríen de las anécdotas. Les cuesta mantenerse junto a ellos. Se mueven demasiado al bailar y no les gusta tener cenizas sobre la ropa.
La gran mayoría de las cenizas, a poco de emprender vuelo deciden que no vale la pena emprender un nuevo viaje y optan por dejarse caer para perderse en algún rincón o incluso escaparse por una rejilla.
Sólo unas pocas deciden volver hacia dónde estaba ese hombre. Creen que su lugar es ese y no quieren irse de allí. Se reagrupan como pueden tratando de dar formar a ese cuerpo. Pero son muy pocas y sólo dibujan con cenizas un ojo entreabierto y unos labios secos.
El ojo pasa de estar entreabierto a abierto por completo. Los labios se separan para proferir un insulto. Todas las cenizas desperdigadas los escuchan y entienden que es una orden. Deben regresar. Se reagrupan nuevamente dando forma al hombre otra vez.
Una mano limpia las cenizas de más que quedaron sobre el pantalón. Un ojo mira el agujero que quedó producto de haberse dormido. El otro busca el atado.
El brazo se extiende y uno de los cigarrillos da un paso al frente. Siente que es su deber luego del acto de heroísmo de su desaparecido camarada. El hombre le da una pitada y lo deja en el cenicero.
Pareciera que la historia se repite. Los cigarrillos se impacientan. El hombre da una nueva pitada y los cigarrillos se tranquilizan. Pero el hombre se levanta y se va del patio dejando atrás a ese ejército de asesinos silenciosos. Los cigarrillos enloquecen. Su víctima se ha escapado. Miran ahora los restos de aquel valiente voluntario que se inmoló. Miran como un nuevo camarada se consume en el cenicero y no saben que hacer. El cielo se nubla y empiezan a caer algunas gotas. Los cigarrillos saben que ha llegado su fin.
El hombre regresa al patio. Toma el sillón y el atado colocándolos al reparo de la lluvia. Los cigarrillos vuelven a estar felices, el hombre tiene puesta una camisa y ahora viajan pegados a su pecho. Ven orgullosos al nuevo soldado que parte hacia la boca del hombre. Lo escuchan desde el interior del ser. Les grita que se siente orgulloso de ser parte de esa nueva ofensiva contra el hombre. Los describe los pulmones con lujo de detalle, orgulloso de la obra de sus antecesores y de poder ser parte de ello.
Los cigarrillos festejan y se pelean entre ellos para ver quien será el próximo voluntario. Es tan terrible el alboroto que se produce dentro del atado que uno de ellos llama a silencio ante el temor de ser descubiertos. Cree que el hombre los ha escuchado. Pero el hombre no los escucha, está demasiado sordo para hacerlo.
El hombre deja su casa vestido de fiesta con sus futuros asesinos junto al corazón. Se encuentra con sus amigos en la puerta del edificio y empiezan a caminar. Cruzan una calle con apuro entre medio de los autos. El hombre tiene un corto ataque de tos. Carraspea y escupe, luego ríe con sus amigos al respecto y brindan con alcohol.
Los cigarrillos se suman al festejo. Entrecruzan saludos con ejércitos conocidos que se ubican en los bolsillos de los amigos del hombre. El hombre ríe sin darse cuenta de nada. Los cigarrillos ríen pero porque saben que el fin está cerca y su víctima no se ha enterado aún.
Un nuevo voluntario salta a los labios del hombre. Todos sus compañeros lo alientan porque saben que ya falta muy poco. Mucho de menos de lo que el hombre se imagina.

By Manuel Castellano